Tiene lentillas de color guardadas en el cajón de la ropa interior, una peluca roja en el guardarropa y la cazadora de cuero colgada en el perchero. Nadie ha visto nunca el marrón de sus ojos o el caoba de su pelo. Pocos han descubierto que esconde bajo esa cazadora de cuero. Y ninguno supo jamás su verdadero nombre, ni si quiera su número de teléfono. Ella siempre ha sabido como guardar el misterio. Sin embargo, hoy, día de invierno en blanco y negro, decide acabar con la farsa que protagoniza su cuento. Quiere suplantar su personalidad de mentira por quien de verdad es. Por eso ya no hay enigma tras sus pasos cuando desciende por la escalera de incendios. Ni tampoco al entrar en la cafetería de la esquina dispuesta a pedir lo que en realidad desea. Un café helado con un toque de vainilla y un diario vespertino para pasar el tiempo. Y así sucede hasta la hora del cierre. Casi sin darse cuenta su tarde sincera ha volado con el sol y se ha transformado en noche con la luna llena. Entonces, muy lentamente y poco a poco, cae la lluvia afuera. Agua sobre gris y ella sin paraguas a mano. Se detiene en el soportal, justo a la salida de la cafetería, porque recuerda que le dan miedo las tormentas. ¿O era su Alter Ego quién odiaba mojarse y los truenos? Después de tantos años no puede saberlo, por lo que se arriesga sin más. Da un paso al frente pero no se moja el pelo. Intenta mirar al cielo. Hay un paraguas cubriendo su cuerpo y una mano que no es la suya sosteniéndolo.
- Es la primera vez que te veo por aquí -le dice un camarero. El mismo que tanto les gusta a ambas. Quizá lo único común a las dos muchachas.
- Eso es porque no te fijas lo suficiente -sonríe ella al girarse para encarar su rostro. Lo hace con un ápice de malicia coloreándole los labios-. Me llamo Sabine.
- Marco -corresponde él.
- Lo sé.
Sabine se enganchá del brazo de Marco y emprenden el viaje de regreso a la casa de la joven. Él, seguro de la sinceridad de ella; mientras que ella, no ha hecho más que mentir de nuevo.